Hay una gran discusión en Chile en cuanto a si Salvador Allende realmente pensaba que podía llevar a cabo su utopía, la de poder a llegar al socialismo por la vía pacífica, o si realmente lo que quería era marcar la historia de la humanidad con su muerte para que cada uno saque sus propias conclusiones acerca de la necesidad o no de la violencia para poder lograr en nuestro mundo la única paz verdadera y duradera que es la que deriva de la justicia, la cual se torna impracticable dentro de una estructura de clases antagónicas. Pero en fin, la historia no la hacen los hombres, la palabra definitiva la tienen los pueblos, y el gran apoyo que tuvo Allende por parte de un pueblo chileno despierto marca no sólo una necesidad de los chilenos, sino también la necesidad de gran parte de una humanidad entera que espera, como el agua manteniendo la presión, que se abra una pequeña rendija por la cual penetrar con fuerza a manera de poder romper esa pared que la separa de la vida plena.
Claro está que hacen falta líderes, que no sólo posean capacidad, sino que también sean grandes hombres al servicio de la humanidad, como lo fue Allende, y que tengan como diría Joaquín Sabina: “Los pies en el barrio y el grito en el cielo”.
Facundo Fernández
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